miércoles, 17 de septiembre de 2008

El tiempo como objeto social

Con ir a cualquier ciudad podemos observar los objetos del tiempo, los que imponen su determinación. Tenemos los semáforos que determinan a los coches y al tráfico peatonal; las jornadas laborales que imponen el horario laboral y condicionan la vida familiar, las amistades o el ocio y recreación personal; tenemos la densidad del tráfico en carretera que aglutina los colectivos en los accesos a las ciudades; etc, etc.

El ritmo de la ciudad vive la falta de tiempo de los ciudadanos en lo que imposibilita su disponibilidad personal, el tiempo de uno para su elección, que en la ciudad no tiene significado fuera de su acción social. La ciudad es toda ella acción social, objeto social

El tiempo como objeto solidifica la precipitación de la vida urbana actual. Obsérvese la velocidad de paso de un individuo de ciudad en la ciudad y de este mismo individuo en un pueblo; ahora observen a alguien del pueblo en su paso en el pueblo y en su paso en la ciudad. Los objetos del tiempo nos contagian por pura solidaridad, una manifestación de la acción social.

El tiempo ya no es objeto de la física, es objeto social. El fenómeno de la precipitación, como otros miles de ellos, es un reclamo sociológico para su comprensión. Tomar estos objetos sociales en su mismisidad de ontología aparte de su condición de acción social es un disparate que el sociólogo no puede adecuar a ninguna urgencia.

Mi lectura de las condiciones de posibilidad es sólo objetiva a la luz del encuentro de la conciencia con la que trata, o conciencia de lo que trata. Recreamos el efecto boomerang indeterminando lo determinado, los ecos que hacen el sonido simultáneo, temporalmente el mismo en el agotamiento de su conciencia, la inconclusa y mortal reducción, ¡su limitación efectiva!. Es objetiva como objeto a desvelar, como cosa en sí para fuera, y no como objeto propio en sí para dentro escondiendo el secreto que nos oculta. No hay duda de que ello es un discurso de posibilidad en el que es fácil la perversión e incomprensión.

Mi reclamo, mi supuesto, es la condición actual de urgencia. Sé que la presión sobre los supuestos los descubre y pone en la cuerda floja de su debilidad. La condición actual de la urgencia no es un modo de absoluta, sé que su discurso debe proseguir. Pero en la acción social, en vez de conformarnos con los órdenes inferiores de determinación, vemos lo que se muestra como posibilidad. (Una lectura atenta y creativa de ciertas partes de la obra de Weber nos llevaría a pasar esa posibilidad al cálculo de probabilidades, pero no es ahora el caso).

Sitúo esta sociología muy cercana a la filosofía, porque se ha quitado ciertos complejos. ¿No podría el sociólogo hacer de filósofo como el filósofo hace de sociólogo?. De hecho, los más importantes sociólogos de la historia han tenido una extraordinaria formación en filosofía. No pido peras al olmo, sino al peral o el olvido del zapatero de su profesión.

De ninguna manera me pretendo en una técnica social, ingeniería social o trabajo social. Es algo importante; pero para su objeto, no el mío.

La vuelta a nacer es cada día menos accesible al ritmo de las sociedades modernas (como el caso de la tasa de natalidad de los inmigrantes comparada con la tasa media del país en cuestión). Hay un plano creativo en el que concuerdo como ejercicio, pero estas sociedades tienen agotado al sujeto creativo al mantenerlo precipitado y sin conciencia.

También podemos ir, además de a Husserl, a las complejidades que vio Kant en la dialéctica trascendental saltando, ahora, a una actualización de Heidegger (quien pensó el tiempo intensamente). Como sostuve, el tiempo es más inmediato con la ética que con la estética y el espacio (¿o no tienen ética los ciegos y sordos?). El marco aquí, se hace más ontológico que objetivo y fenoménico, y lo que podía ser una ontología de la posibilidad termina en una ontología de la soledad. Ese cuidado no es de la sociología, sino de la escatología.

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