lunes, 29 de septiembre de 2008

La solidaridad

Uno de los conceptos fundamentales de la sociología de Durkheim era la solidaridad. Es un concepto acertado en cuanto remite al efecto que los hombres producen en otros hombres, pero uno de los peligros que acechan a cualquier filosofía de valor es su perversión, en este caso su vulgarización. La solidaridad se refiere a la orientación de la acción, hacia el otro, y no a la calidad de la orientación o su juicio de valor; son momentos que urgen a su distinción.

La solidaridad llevaba en la orientación de su mirada la predisposición al otro, la condición que era, de suyo, cauce de eticidad. El otro es un requisito para un significado superior y no ensimismado. Es importante fijarse en que el atributo o condición de superior hace referencia a su ordenación temporal, no a la calidad de la misma.

Podemos solidarizarnos con animales, incluso con objetos, pero el caso sociológico se encuentra en un otro que es una variación de uno mismo. Este enfoque era principalmente el que propuso Mead desde Darwin, Wundt y Peirce. La ruptura de la posibilidad de ese despliegue, su no reconocimiento en su conciencia, conduce a su nihilismo, de manera que el nihilismo es lo que lo define y no el concepto que definimos. Que no se hayan establecido relaciones muy conocidas entre Peirce y Nietzsche es sólo de la dificultad para acercarnos a la cosa en sí de nuestros objetos.

El reconocimiento del otro es uno de los aspectos más sobresalientes de la sociología porque se encuentra con las condiciones límite en las que se asienta el otro como posibilidad. Darwin hizo una interesante propuesta sobre su relación con el origen del lenguaje. El fin del lenguaje, según él, no era sólo simbólico, sino una orientación básicamente sexual; el símbolo es un paso posterior que requiere poder portar un significado. Las contribuciones de Chomsky se basan en profundizar en concebir la forma para el significado de manera innata.

La atrevida sugerencia de Darwin sobre la importancia sexual, la selección sexual, la presencia de una pulsión con orientación no consciente al otro para asegurar su reproducción, nos acerca a esos bordes y límites que definen la posible intencionalidad. Como se puede ver con claridad en escritos de Peirce, esa intencionalidad emerge como significado en una lógica, la de los símbolos que la definen. No es casual que su semiótica sea crucial en el análisis del discurso. Su terceridad es un complejo proceso de síntesis que cursa la conciencia de los objetos con los que se relaciona.

El discurso sobre el otro es el efecto de la solidaridad.

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