viernes, 31 de octubre de 2008

La pragmática filosófica del avance

El momento filosófico tiende a alcanzar una claridad que sólo se hace consciente en el momento científico, aunque esta dependencia de la determinación se confunda fácilmente con la totalidad del sentido. Algunos quieren tomar el momento científico como la característica del proceso igualando momento con proceso. Esta majadería es el cientificismo, el olvido de la ciencia de su filosofía, olvido de su objeto. El soporte del cambio, el ejercicio que busca el sendero esencial, se olvida al determinarse y se ve así sólo lo que ha sido limitado; se llama ciencia a la limitación de la filosofía –velada o sin conciencia- que propusimos con Lakatos ciega. La reflexión casillar de esta especie sólo es científica como cacareo y eco y nunca filosófica o auténticamente científica sino en su descubrimiento. La conciencia del progreso del descubrimiento se encuentra y se hace posible en el proceso de su desensimismamiento, un plano limitado históricamente en donde no sólo se llama verdad al mero establecimiento que se deja al margen de su curso, sino también al adelanto de la posibilidad de una nueva conciencia. Esto no se debe confundir con delirios establecidos en petulantes y soporíferas cátedras filosóficas o con fanáticos de la absoluta insensatez, sino que es la esencia de la actividad filosófica. Si en algún momento esta actividad se hace casillar no es sino como pivote del cuidado de su propio avance. Esa es la esencia filosófica que mantiene a tono la conciencia de su urgencia y no su degradación por envenenamientos dogmáticos postulados desde posiciones que toman su proceso en el mismo ejercicio de su olvido, la verdad de su espejo.


El proceso científico es uno con el sentido de su investigación, sentido dirigido sobre lo que suponemos que podemos desensimismar. El progreso es lo avanzado, no a más ni a mejor. Su antecedente es históricamente anterior, digamos que como en el movimiento de la conciencia, que ha discurrido, acontecido en lo que en ella ha habido de conciencia; es decir, no sólo estar en ello sino formar parte como intencionalidad e implicación, como un efecto de responsabilidad. ; es lo que propuse como hacerse cargo, responsable, y no sólo entregarse a ello –bromeé con su origen de culpabilidad-. En la conciencia, sin duda, la filosofía es una parada que echa una mirada rápida, suspendida de lo que toma como posibilidad, pero que debe reconocer como su objeto de especulación y que no debe tomar precipitadamente por verdad –sin duda, la posibilidad kantiana de conocimiento es sólo hipotética, lo que lo implica en el proceso al que va dirigida su verdad o lo que muestra su intencionalidad-. El proceso científico es peligroso por su animosidad sin conciencia y holismo no de ontología regional sino absolutista. No pueden, por lo tanto, ni el momento científico, ni el filosófico, exigirse en primacías sacadas de quicio y que toman su supuesto por su reflejo. Las síntesis son ciegas y carecen de objeto si no se pone conciencia en ellas. No es problema de qué demonios es ciencia o qué demonios es filosofía, ¡al carajo con todo ello!, es un señuelo discursivo que busca reconocer los objetos que no posee.

Con respecto al reconocimiento y en lo que he dicho no aceptar del eterno retorno es la diferencia entre el ilimitado metafísico y mi límite representacional. Soy pragmático por ello mismo, limito mi posibilidad a ese margen de acción. Aunque puedo pensar en un plano de acción simultánea que no sea más que especulación que en la continuidad de una urgencia reconozco como sin suficiente permanencia, no soy yo quien lo olvida, quien carece de pulsión de permanencia, sino que es la urgencia que no se deja engañar fácilmente. ¿O cesa, acaso, la voluntad en su apetito?.

No obstante, podemos abandonar el pragmatismo cundo queramos y ampliar los márgenes que tomamos por realidad. El eterno retorno es inagotable en su totalidad, pero la sutileza vital ha de tomar sus condiciones, aunque el coste sea la fragmentación de su impulso eterno. La ciencia que se critica es la de limitación histórica por su ignorancia, su filosofía debiera ser quien la haga tomar conciencia de ello.


Momento de conciencia, es decir, urgencia. ¿Me ven cubriendo mis ideas bajo una peluca y dictando el mejor de los mundos posibles? ¿no es ese el prostíbulo donde se suceden los rozamientos de la voluntad disfrazada de saber?. No; el saber sin conciencia no es más que una modificación sin contenido de la voluntad, un ridículo esqueleto destinado a falsificar y llamar razón al mero enfriamiento.


Lo vago es la esencia de la continuidad. Parece que contiene toda la problemática que enfrenta lo sucedido al suceder y lo creado a la creación. Algunos vemos la filosofía como básicamente creativa y, un tanto, asentadora de su actividad. Pero no debemos perder nunca conciencia del proceso, no confundir el intelecto, y toda la filosofía derivada de él, con la esencia de la urgencia. Me quejé, en consecuencia, de la primacía del sentido que limita los planos posibles a determinar. Si la limitación es un a priori del discurso la creación es su enemiga, sin duda, su emergencia. ¿No hace falta urgencia ante las cadenas de la continuidad?. No veo cómo, entonces, va a ser la filosofía algo distinto de una actividad.

Se dijo, en otro tema y con tremenda sensatez, que hace tanto filosofía el sociólogo como el zapatero; claro está, cuando la hacen. El ritmo de los tiempos, la precipitación de la ultramodernidad, nos urge a ser más filósofos que nunca. Y es tremendamente paradójico, algo terrible, que se viese sospechoso que llamase a la actividad humana religiosa por lo moral que hay en ella, lo esencialmente espiritual, el objeto de la indeterminación. No podemos ser patanes y chapuceros todo el tiempo, debemos ser artistas que hagan posible el mundo del hombre no como lo que fue antes y, por lo tanto, sigue siendo, su ser continuo, sino lo que es en nuestra síntesis de la urgencia. Tenemos más que aprender de Wilde que de descerebradas reflexiones sobre neurociencia. Es momento del cinismo o de las disyunciones, todo lo que trata sobre el mundo del reverso, el objeto de la intencionalidad, las intenciones no verbales sino descubiertas.

Hace no muchos días se corrigió la rectificación que hace la filosofía sobre lo que parece su avance. Creo que fue sobre Hegel, Comte, Freud, Marx, Saussure o Kant. La filosofía se pisotea a sí misma. Por supuesto, la historia es extensión y la filosofía su intensión. ¿Pero de qué demonios creen que tratamos cuando hablamos de progreso? ¿de su definición? ¿de su mención casillar? ¿de su momento?. Sabemos lo absurdo de Heidegger como sabemos lo trivial de Wittgenstein. ¿Kant subjetivista?. ¡Venga ya!. El conocimiento es indeterminación esencial del objeto, su proyecto, sobre lo que se agrupa intencionalmente. El objeto es lo ajeno, lo en sí, sobre lo que nos dirigimos. Denuncié el chuleo de Bunge en su crítica cientificista desde Peirce y Popper en lo que sé subjetivista del cientificismo, su falta de conciencia e idiocia que llama ciencia. No hay ciencia sin filosofía, no es otra cosa que una distinción hecha entre momentos. No hay una filosofía final, sólo puede ser un reflejo. La urgencia, sin tanta recreación olvidadiza, nihilista y básicamente estúpida, es un reclamo de positividad, de sus espacios más inmediatos*, que se hacen ahora, en su emergencia, afinamiento perceptual y conceptual con la revolución de la conciencia. Sin duda, pragmatismo, lo contrario de lo vago.


Nnca he pretendido llegar a la cosa en sí o al objeto en sí. El ejercicio de desensimismamiento rechaza la ocultación, el misterioso y huidizo en sí, y construye sus teorías sobre la misma efectividad que afirma como objeto. No supone más que lo que pone en aplicación. Al no ser un proceso velado sino afirmado a la conciencia, el desligue de lo objetivo es el ejercicio mismo del poder de esa conciencia en proceso, que no es rectora de sí sino creadora de planos y áreas de desensimismamiento. No es distinta la conciencia del proceso sino en sus momentos.

La creación es y debe ser improbable, no contenida en las relaciones anteriores. Tiene que decir algo nuevo, algo que no estaba y hemos forzado a emerger. Como se puede ver no puedo, de esa manera, decir qué surge, sólo que es un parto a priori indefinido. En cuanto a los límites impuestos a priori la intención debiera tratar de profanarlos. ¿Por qué no voy a poder dar con una intuición que quiebre un orden que se impone teoréticamente y que no dice más de lo que dice?. Es la creación quien dice ese algo más que le falta al enfriamiento. En las ideas de los fanáticos de orden nada nuevo nace bajo el sol, pero la conciencia se engloba sobre esa afirmación poniéndola en evidencia. Aún así, los fanáticos se recrearan sobre lo creado como chapuceros y falsificadores, no hablando más que de su pasado y su retraso.

El proceso discursivo de Popper, la crítica, confía en el aumento de conocimiento. El tampoco podría decir qué está por venir. Me he referido a este límite como su esperanza. No obstante, Popper sí hizo una profecía que recuerdo con claridad: haciendo referencia, por supuesto, a la inteligencia artificial, nunca podrá ser imitado el ejercicio de la conciencia creadora. Particularmente, creo que esa teoría algún día se podrá falsar de alguna manera, sin duda, muy limitadamente.

No veo sentido, si no es sólo como supuesto y mantenimiento, a ninguna posible verdad y no sé que Popper dijese nada distinto a esto. El poder del aumento de conocimiento se sabría final, y nunca dijo eso sino, radicalmente, todo lo contrario.

Popper atendía a la crítica, a la razón y a la cúspide científica. No parecía demasiado interesado por algo tan alejado de la ciencia como la urgencia, aunque no puedo ocultar que su noción de problema tiene cierta relación con ello. La urgencia la uso desde la génesis de Schopenhauer y la voluntad. Por extraño que parezca, en cuanto al poder del conocimiento, Popper me parece muy influido por la ética de Schopenhauer.


Popper puede decir lo que quiera, yo no me debo a él. La ontología de cosas posibles en donde se hace igual el momento del objeto –en sí-, el límite impuesto, al representado me parece una precipitación que empuja el supuesto hacia delante hasta igualarlo con la expectativa. "No hay uno sin el otro", me dirán; "ustedes hablan del momento que recrean, yo me sumerjo en el proceso", les diré, entonces. Esa epistemología es válida y muy verdadera en un mundo ridículo, sin urgencia, en donde las cosas no tienen más que ver con su autenticidad que tomar de ellas sus formas, y no hacen sino recrearse. ¡Platón, por la ventana!.

¿Cuándo he pretendido urgir a todas las cosas si no sé cuáles son esas todas?. No será la urgencia ese saber, sino qué sea esa urgencia.

Veo muy bien eso de "Pueden y urgen siempre mas cosas de las que dice una filosofia" porque nos urge a descubrirlas. Eso sí parece un objeto meritorio y no una casilla vacía. Cuando pensé primeramente en la urgencia la supe anterior a la emergencia por mucho que en un proceso no sean más que momentos y posibilidades.

Schopenhauer hablaba más de dolor que de urgencia. Se debiera buscar en La voluntad en la naturaleza y, por supuesto, en El mundo como representación y voluntad.

Me parecen muy bien los límites y creo una urgencia conocerlos para profanarlos. Lo interesante viene de esa profanación, que, sí, no atiende al vacío. Lo importante del proceso creo que es más no lo que lo condiciona sino lo que lo vuelve sintético, lo que se añade nuevo a esa cadena y que, tal vez, haga posible romperla. Sin duda, la conciencia.


La síntesis es la que debiera hacerlo posible, claro que síntesis activa desde la conciencia mostrando la intencionalidad, es decir, haciéndola así posible. El pragmatismo no es más que la definición de condiciones sobre las que vamos a echar la conciencia.

La actitud científica hablando de urgencia no tiene mucho interés. Más que bestia de fenómeno, ¡monstruo!.


“En realidad, no solo somos capaces de retener esta idea, sino que hemos de retenerla”

Parece, pues, que Popper suaviza las cadenas de la limitación por lo que ha de ser el proceso, el bien de la verdad y la ciencia. El efecto embrujador de vernos reflejados disminuye cierta angustia, no lo dudo; pero el apresuramiento, además de una limitación por ella misma, su olvido, es un límite a nuestra impertinencia al sugerirnos el cuidado de la verdad o su retención. Eso es un chisme sagrado que, por más verdadero que sea, puedo, en mi antojo, indeterminar. La creación de la síntesis, el logro del proceso, profana la ocultación y descubre creando formas nuevas, haciéndolas posibles. Leéase objeto del mundo 3 emergido de una terceridad, aunque haya objetos velados a la misma con mayor interés e imediación con la urgencia. Debemos ser un poco locos, como el hombre distinto, marchando a otro ritmo, adelantándose y así creando.

Fuerzo la claridad de la verdad en lo que sé de su embuste, su irresponsabilidad con la urgencia. La purga es lo que es pragmático no como totalidad sino como inmerso en un proceso que llevará a Dios sabe dónde. Lo contrario son irracionales esperanzas en ídolos con poderes de atracción.

Las posibilidades de la razón se han centrado demasiado tiempo en primacías que recrean un retraso. Puedo usar esa razón y esa verdad en su misma inversa. ¿No está el mal contenido en el bien como el bien en el mal?. El desensimismamiento de esos fetiches que nos rondan por la cabeza es una purga que debemos no a la verdad sino a nosotros mismos.

El condicionamiento que los optimistas no hacen más que recrear debe ponerse a prueba, ya no en la cuerda floja de Wilde, en la reflexión del más descentrado disparate, sino en una preciada novedad que muestre un sentido, y es la primera vez que lo escribo, dionisiaco.

El intelecto no sabe nada de la vida, pero aún así hemos hecho de él no el medio sino el fin. Tan crucial que es la reflexión sobre la ética del pensamiento, para luego terminar andando con prisas y hacer una buena chapuza. ¿Qué es esa majadería de que la verdad de la ciencia me va a traer el bien?. ¡La idiocia del efecto espejo!.

La actividad de la ciencia, y de mucha filosofía, se pierde no por su falta de determinación, sino por no comprender la indeterminación de la misma determinación que lleva a cabo. Eso, como estoy harto de repetir, es un proceso que se nos hace finito, lo tomamos como un momento cuando en la misma conciencia sabemos en su proceso (¿no se cansan de ponernos condiciones de suyo y no hacen otra cosa que regatearlas?). Hoy en día ya empiezan a vender el alma al diablo y se acepta cierta superposición de estados mente-cerebro, por mucho recelo que tengan al salto trascendental. Si bien creo que La fenomenología del espíritu de Hegel es la obra filosófica más delirante jamás escrita, la debieran echar un vistazo todos los que buscan unidad en el mundo al en sí bajo esa idiocia que llaman los apresurados ciencia. La ciencia no es cacareo, es, como la bella filosofía, ejercicio.

Popper hizo, al respecto, reflexiones muy bellas que especulaban con lo que sabía esencialmente ejercicio filosófico. Con una humildad extraña, pues toda proposición es afirmativa de su razón, se declaraba no entendido en nada de esto. Es cierto que él no era Eccles ni Bohm; eran, no obstante aquellos con los que trataba; pero la indeterminación del objeto no es propiedad de la ciencia, ni de la filosofía, es la urgencia del proceso. Nuestro cuidado es que no sea una insustancial abstracción.

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