martes, 4 de noviembre de 2008

El desenlace irracional de las teorías y su recreación

La conciencia especulativa, la posibilidad del curso de unas ideas a otras, sucede con todo lo que ese curso proporciona y lo que de él se integra.

Una de las mayores insensateces del mal del cientificismo es presumir que el efecto de su idolología, las teorías que conforman su creencia ideológica, termina ejerciendo una verdad en las vidas de las personas de verdad tan grande como en ellos, zombis inhumanos y desalmados recreadores de la ley natural que creen en la finalidad de esa verdad como un todo con bondad ideológica intrínseca a cargo de su supuesta atracción divina. Esta petición de principio, que las teorías tienen un efecto ideológico conforme a su grado de verdad, es el mismo supuesto absurdo que el repetidamente denunciado como el falso orden de Spinoza, que consiste, básicamente, en exigir al orden del mundo una simetría con arreglo a unos cánones límite de la razón. De esa manera, no sólo se presume lograr racionalizar la experiencia posible, el efecto espejo que tan irracionales nos hace, sino atenazar la experiencia libre, espontánea o causa suya, llamándola libre y racional conforme a ella, a una racionalidad que dicen hace libres a costa de aceptarla. De nuevo, es la razón la definición y no lo que la define. Una tergiversación perversa de la razón y la libertad. Llaman razón a la obediencia, creer, y libertad a su sujeción, no crear.

La irracionalidad se basa en la acción no conforme a la razón que las haría racionales, sino conforme a un apetito –actualidad del organismo-, una tradición –como la misma racionalidad u otro sentido propuesto anteriormente-, un estímulo -algo que causa en nosotros una respuesta inmediata- o un motivo –algo que causa una respuesta mediata que condiciona la acción en su conciencia-.

Las decisiones humanas se han caracterizado desde nuestros primeros tiempos por ser esencialmente irracionales. Podemos actuar conforme a un fin, la expectativa teleológica de racionalidad, lo que no elimina la posibilidad de que nuestras decisiones caigan en momentos irracionales. Al ser la conciencia un fenómeno tardío, sintetizado en un retraso, su expectativa es necesariamente irracional, pues no sabe qué será lo que de aquel orden esperado se mantendrá. Es siempre irracional porque siempre puede ser que algo no cuadre.

Este último giro de forzamiento escéptico pone la carga de prueba en nosotros, en el mismo escepticismo, que es según el radicalismo científico de Popper, el filósofo de la ciencia con más influencia en el S.XX, el sentido con más contenido para las hipótesis científicas. Esa radicalidad, la más importante para determinar qué es o no ciencia, sin chapuzas de burócrata copista, es la que distingue, seriamente, el dominio de la actividad de la ciencia. Aunque Popper, como mostró el texto de trajo serg, u otros más controvertidos que podría traer yo, sí habló de la verdad, nunca la empujó más allá de su carácter necesariamente hipotético.

Popper, uno de los filósofos que más ha influido en mí, paradigma de lo que defiendo de creativo en la ciencia, totalmente opuesto al conservadurismo perezoso, estéril, repetitivo y chapucero, defendía la línea que yo vengo atacando como primacía del sentido, una no necesidad que se hace fuerte en su aceptación; lo contrario, lo no establecido, no es racional, es nuevo, creativo e irracional, un no-contenido y una clara emergencia.

La influencia de las ideas tiene un destino que anticipé en su día como mucho más darwinista –limitando su sentido a lucha por su supervivencia- e irracional que lo que cualquier teleología espera; su esperanza de racionalidad es su temor, y sobre la que construye su ad-hocismo generalizado. Es decir, podemos aceptar las ideas de cualquier manera establecida y no podemos más que especular con su curso. El destino de la ideología científica, por sus propios términos, no esta exento de ello. Es, pues, por muchos afeites con los que se recubra, una irracionalidad. Desde ahí, el cacareo sobre lo que es ciencia es algo bien distinto de su ejercicio. Eso es lo que hace ser chapuza al que niega la filosofía especulativa.

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