lunes, 5 de enero de 2009

La filosofía sin moral

El carácter hostil de cierto colectivo hacia el ejercicio filosófico llega a proporciones tan escandalosas que impiden aquel mito del marco común, el que promociona más y mejores condiciones para mayor número de casos, cosa bien distinta de su imposición y exigencia. Es fácil ver que históricamente el hombre, en este sentido, no pueda ser considerado más que una inteligencia sustancialmente errónea y moralmente perversa.

No toda filosofía va a ser buena por ser filosofía. La filosofía, no obstante, se legitima a sí misma en su ejercicio. Como en las burdas discusiones sobre el libre albedrío, la mera capacidad de veto hace problemática su afirmación.

La filosofía se sabe no señora de todo ejercicio, y por ello no deja de mirar al mundo tras sus objetos. Pero la filosofía sí sabe plantearse a sí misma, no como quién fue Hume o qué dijo, sino en qué se ha hecho el hombre más descubierto a sí mismo.

Un buen filósofo no sigue los términos en su debilidad. Si no se sabe bien de física, la crítica de la física será más bien pobre. Como se dijo hace tiempo, difícilmente habrá alguna universidad donde se imparta filosofía y no se imparta, al menos, algún curso de historia de la ciencia.

Su uno no quiere aprender física o biología sabrá su limitación. Pero la filosofía, como el arte, no sólo trata de objetos sino los crea. Es enormemente importante que no olvidemos esta creación. La filosofía si se enquista en sí misma termina por no decir nada, no crear nada. Por ello es normal que los filósofos estudien disciplinas como la ética, el lenguaje, el arte, la historia, la sociedad o la ciencia; pero no se hacen súbditos de ellas.

No se crea nadie que Feyerabend era un neófito. En efecto, pintó a la comunidad científica como a unos idólatras. En los detalles de sus escritos se encuentra aquello de lo que se ríe. Todo vale era una proposición sobre la petulancia y cursilería de la lógica de la ciencia. Aquel mundo inmaculado que se relaciona tan religiosamente con la ciencia era una creación bien distinta de su apariencia. Por ello lean bien las notas de lo que escribe Feyerabend; son mucho más amplias que las obras. Técnicamente, detallaba su heurística en lugar de redactar una bella carta de presentación. Es como quien se muestra impecable en su apariencia y oculta a escondidas de qué está hecha su naturalidad. Los pecados del alma van por dentro, no son las afecciones del cuadro.

Es una crítica muy pobre negar la relevancia de la filosofía de la ciencia. Los casos que leemos paseando citas a modo de simular crítica son un mal collage son la naturaleza de su objeto. Así, Kuhn es relativista no porque exponga la importancia de las condiciones relativas, sino porque critica el supuesto sagrado e incondicional de lo no relativo de un quimérico objeto. Se reclama filosofía de que ese objeto no es sagrado y no es sólo propiedad de una parte. Es, de esa forma, como toda investigación radical antropológica vulnera el principio del mantenimiento de las condiciones básicas de racionalidad; no muestran una falsedad, sino que la racionalidad misma es un mito que esconde falsedad.

No es sólo filosofía la de la ciencia. Eso lo creen los cientificistas que suponen que su objeto ha de ser el de toda filosofía. Ellos, solitos, con su incomprensiva crítica, se reclaman fuera de la filosofía. Ciencia, sí; sin filosofía. Su falta de filosofía es un ejercicio de zombis, de bestias inhumanas sin más credo que esa ciencia desalmada que cree toda moral la suya, justamente, lo que les falta. Así que dicten su sociología de la ciencia. De ciencia sí hablan, mas no de su sociología.

En el caso comentado de Collins, impecable sociólogo de la ciencia, en lugar de chapucear en el más puro y vomitivo estilo de Bunge, coge de filósofos de la ciencia como Kuhn o Feyerabend lo que amplía su discurso. Nadie deslegitima la hermeneútica, la fenomenología ni el pragmatismo de esa burda manera. Y a sus secuaces no les basta con la pobre crítica de su icono; creen, en su acostumbrado estilo, que la filosofía debe consistir en rendir culto a su mérito. ¡Qué presuntuosidad!.

No hay comentarios: