miércoles, 7 de enero de 2009

La predisposición de la auténtica creación de la razón

Conviene que si queremos construir nos hagamos con buenas herramientas. Pero el ingeniero es un técnico ilustrado, no en filosofía sino en el límite de su ciencia; el campo donde el filósofo crispa el orden, cuando facilita la comprensión de lo que se vela bajo la tiranía del límite –perceptual, conceptual o noumenal-.

Popper hacía un regateo de condiciones de verdad, el objeto de la falsación de la teoría, su encauce científico y presunta exigencia de realidad, lo que le reclamo no de analiticidad sino de sinteticidad. El momento teórico se lo exijo en la ampliación –pcn- de la conciencia de la urgencia. Por ello se habló de menor contenido proposicional para más condiciones en lugar de sus teorías más improbables con mayor contenido. Nadie se mete en el campo del científico para hacer su trabajo sino que se le pide que amplíe su margen, que no diga tanto de tan poca cosa sino más bien que lo diga no sólo de su verdad. (Debe quedar claro que mi crítica a Popper en este caso no es exactamente a Popper sino a las primacías, pues ciencia, para él, era el método de ampliación del acercamiento a la cosa en sí).

Como sugerí, el mismo Popper hacía una cesión a la institucionalización de la ciencia y la cultura que lo acercaba más a Kuhn de lo que en un principio percibió. Ni la ciencia, ni nada de nada, puede ser reclamado en sí. Eso es lo que lo hace ridículo.

La teoría del tercer mundo es perfectamente planteable en términos de sociología del conocimiento sin caer en presuntuosidades metafísicas -¡ciencia primera!- ni marcos relativistas –¡todo es una construcción social y la arbitrariedad y el caos gobiernan todo orden!-.

No es irracional quien pone en la cuerda floja a la razón, sólo pone el pivote que se olvida, lo que su margen no amplía. La distinción no es un absoluto de racionalidad o de irracionalidad. Si olvidamos los grados, los márgenes velados a la conciencia, nuestra ciencia es una inclinación, aclarémoslo, básicamente y no sólo efectivamente, irracional.

La discusión se centró originalmente en si había realmente avance o progreso por la fusión teórica. Es, por las reflexiones y problemas a abrir, un buen caso donde sí hay dialéctica de teorías. El ejercicio de moralización que se reclama como mérito posible a las teorías es que no se hagan meramente objetos de la verdad sino que no olviden todo aquello que reclamaba su atención, pero que se ha formalizado y vaciado.

En el ejercicio de determinación teórica hay siempre un margen enorme de indeterminación de condiciones, el que debiera ser el pivote de su ampliación. Precipitadamente, la ampliación se desarrolla en dos líneas maestras: verdad de la ciencia y marco común de método, o, si se prefiere así, sentido común de la ciencia y olvido de lo común del sentido.

En la sociología de la ciencia hay un problema central que consiste en si su objeto es el mecanismo social de la ciencia para ella misma o si, por el contrario, es la ciencia como mecanismo social generador de otro margen de sinteticidad.

En efecto, algunos no pueden hacer sociología de la ciencia en el primer caso; es la especialización de la que alertaban Ortega, Merton o Bourdieu. Pero no toda sociología de la ciencia es de la ciencia para ella sino de la ciencia para la sociedad. Se ha de insistir en que no es ciencia primera, metafísica sin ningún supuesto y anquilosada en su verdad, verdad primera que en su precipitación suponen, también, como final.

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