domingo, 4 de enero de 2009

Los méritos del mal mayor

Thomas Kuhn y Paul Feyerabend dieron un golpe radical a la que podríamos llamar mito de la ciencia. Lejos de ser tomados por embrujadores problemáticos del mal han influido crucialmente en la filosofía de la ciencia hasta nuestros días. Como se puede comprobar en la literatura al respecto, Bunge, uno de los idiotas que se obstina ante sus méritos, prefiere desoír el ritmo de los tiempos. Aunque los cerdos chapuceros se protejan bajo la sombra de la oficialidad de una ciencia a la que no contribuyen en nada, sus petulancias envenenan las cabezas vacías de quienes toman sus verdades por el objeto de nuestras oraciones.

Sin embargo, la ciencia es un objeto social y aquellos que se enquistan en el sueño de su primacía no hacen sino caer en el olvido de su urgencia. Son ellos quienes tratan su objeto como algo ridículo. Su prostíbulo se queda, día a día, alejado del pulso que le daba orientación.

La dama mayor que regenta ese infierno inmoral no es sino la más grande de las rameras que se empeña en quitarnos desprevenidamente la ropa con la seducción de promesas de la más baja calaña. Así dice ética no quien la merece sino quien tramposamente presume de ella.

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