viernes, 20 de febrero de 2009

La anomia y su nihilismo

La anomia en las sociedades hace referencia al efecto de la falta de normas de adecuación de la conducta de sus miembros. Independientemente de una explicación más detallada sociológicamente, el problema surge en la desorientación que se produce al no encontrar reconocimiento del sentido solidario de acción.

La acción moral, entendida sociológicamente, necesita de aquella condición objetiva, dada, que se propuso como objeto a profanar. Lejos estaba de nuestras intenciones caer en un simple relativismo moral de “todo es lo mismo y tiene el mismo valor”. El valor no está en que las cosas son como son, sino en que tienen un valor dado, inicialmente orientativo. La orientación de la acción en un sentido sociológico es su atracción solidaria y su significado propio; significa por encima del significado que proponga. Es, como se está viendo, inmediato, un mensaje en sí mismo.

Esto es muy aclarador para entender la esencia del proceso comunicativo del lenguaje, pero en la moral se debe cuidar de que haya, además de un en sí, una orientación de la acción que no se dirija a erosionar su inicial sentido.

El falibilismo del que se habó ayer es una posición extrema en epistemología con un lugar distinto en moral del de su mero conocimiento, quien lo indetermina de manos del sujeto. La epistemología es un capricho de la soberbia del conocimiento del hombre, como si fuese en sí mismo algo distinto de lo moral.

Todo lo que hace el hombre es moral. Con conocer las condiciones de la experiencia humana se comprueba esta realidad a cada instante. No es moral lo que se conozca de ello, la moral chapucera que disfraza sus bajezas y faltas, sino lo que vuelva por no ser susceptible de ser profanado.

La malinterpretación de lo moral es el nihilismo de la anomia, la suposición de la moral como norma incomprensiva. No hay anomia sociológicamente significativa que no sea estrictamente dialéctica de su falta de significado, sobre lo que se precipita su urgencia.

Los días de la ingenuidad sociológica quedaron atrás desde que los primeros grandes sociólogos desencantaron el progreso de la razón, la ciencia, la moral y otros tópicos humanos. Desgraciadamente, demasiados cientificistas se inmoralizan al indeterminarse en su repugnante delirio de ensimismamiento de realidad.

El arte crea formas que expresan la realidad en una crispación extrema, superior, una bendición de perfeccionamiento. Pero el perfeccionamiento es ético y no estético, se ciñe a lo más fino de su objeto.

Si se piensa que la realidad es esa condición dada en sí, independientemente del sujeto, se indetermina su posibilidad. No se trata de subjetivismo sino de comprensión. La realidad, como la verdad y toda esa jerga cientificista, necesita de formas que la amplíen.

El nihilismo y el desencanto de la modernidad no son condiciones empíricas ni comprobables, son condiciones éticas que el artista descubre. La sociología del conocimiento de Nietzsche es, como se debiera ver por mis textos, intensiva, una comprensión superior que adelanta lo que más se ha precipitado, el nihilismo del olvido.

Mi crítica no se dirige a todos los sociólogos que sí han estudiado filosofía y conocen su crucial importancia, sino a los que creen que la filosofía es una languidez especulativa entregada al límite de sus conceptos. La filosofía ha de ser creativa de esos conceptos originalmente vacíos que en su roce, la forma inmediata de la urgencia, se hacen creaciones.

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