miércoles, 22 de abril de 2009

El tiempo de la urgencia y la conciencia

En una línea totalmente relativista, la misma que se sigue de muchos de mis temas, el tiempo se hace una identidad no simétrica con ella misma, la conciencia se falsea en cada instante; abre, por su mismo ejercicio, un margen de la representación, no se puede recrear a sí misma sino vaciando su realidad, alejándose y creando una distancia, es decir, indeterminándose.

Por supuesto, podemos negar el relativismo, un problema continuo, y afirmar, por el contrario, su otro objeto continuo. Si bien es cierta una identidad representada conforme al objeto de representación –representación puramente abstracta o nouménica-, no lo es menos que su tiempo no es el mismo en la diversidad que representa –representación subjetiva que da contenido a la objetiva-. Hay un margen, como se puede ver, no simétrico entre los tiempos; uno lo abstrae, y el otro inmediatiza su contenido. Por mucho que se engañe uno al respecto, el tiempo no es el mismo sino en su concepción. El tiempo de una representación a otra se hace el mismo en el ejercicio de una apercepción que hace el mismo el tiempo como forma de la experiencia posible, no la real. Esta distancia que queda sin determinar y que inmediatamente orienta es, como consecuencia del fenómeno de la precipitación, negada.

El enfoque cientificista perseguirá a toda costa mantener protegida su ontología. El cientificista raramente hace ciencia, sólo habla de ella. El científico, por el contrario, creará problemas que amplíen y hagan continuo el conocimiento.

El científico es filosóficamente un ingenuo; el cientificista un necio. El científico nunca sabe lo que se va a encontrar, su hipótesis es mera especulación. Epistemológicamente, sus razones más profundas son ciegas, no son afirmaciones de verdad sino sólo presunciones, en la mayor parte de los casos, falsas (la verdad y la falsedad no son más que totalidades –proposicionales- para el objeto de determinación que no conviene hacer absolutas y llevar hasta el límite de su especulación); sólo son razones retrospectivamente, lo que dice, por ello, que sólo pueden ser condiciones ideológicas que se falsifican como sólo teoréticas; su teoría no es más que expectativa hecha futuro de la historia, es decir, un delirio. Lo contrario de esto, que la historia es nouménica, es absurdo y nihilista. El auténtico filósofo es un loco, sí; pero no tanto que idiota, que es el cientificista.

El orden causal es siempre retrospectivo, y su exigencia a priori es contradictoria con el vacío que lo justificará, es decir, dice saber lo que no sabe. Habrá una justificación generalizada conforme a la razón de su experiencia, pero no se debe olvidar que siempre habrá una limitación a priori del conocimiento de esa misma experiencia (ha quedado claro que el juicio sintético a priori es sólo un plano de totalidad en un absoluto delirante). Si no hace una misma razón no puede argumentar con la identidad se esa razón; es un supuesto imprescindible para que se mantenga su sentido.

Como se vio en el planteamiento de la problemática relativista, este mejunje es irracional, dicta su razón y se la niega al resto; es racional como único fin posible, pura ideología, y no hace razón de la ampliación posible fuera de esa totalidad. Acción racional es acción con arreglo a fines, lo que en un delirio especulativo se ha hecho objetivo; en mis temas propongo, como está claro, su ampliación. En términos del historicismo causal, su razón del mundo es la única razón del mundo, es decir, la razón es una condición de trascendencia por ella misma con independencia de aquello que trasciende.

La epistemología básica del conocimiento científico dicta de esta manera las condiciones de su validez. Se hace una teoría con arreglo a un supuesto y se pasa a su comprobación. El conocimiento no es positivo sino a costa del apriori de su negatividad, el objeto del filósofo y no del científico. Amplía, poco a poco, la dimensión de su determinación, pero con arreglo a la definición de su ideología: el mundo sólo es el que se presta a la verdad.

La alergia al error es común en los cientificistas. Se sienten cómodos en la irracionalidad de su verdad; su angustia es un problema ajeno. La importancia drástica del error se abstrae como si no existiese, pues sólo existe cuando es verdad; cuando lo sea sí se permitirán ser promiscuos, tendrán permiso de su verdad.

Si la epistemología no es cienficista es porque sabe la importancia que esconde el error (la problemática de la cosa en sí y por lo que no es una cosa como piensan los que hacen gramática de idiota). El error es la dialéctica que determina la especulación, ciertamente, pero no hay una teoría que se pretenda absoluta frente a la urgencia. La urgencia es absoluta, como se ha repetido, primera y última,; su conciencia no es más que un margen.


Conviene aclarar respecto a este tema, para que no se lleve a confusión, que la ciencia no hace ningún conocimiento positivo; lo que hace crucial al conocimiento científico, contrariamente, es que sea negativo, esto es, falsable.



A pesar de la tendencia a mirar ideología en todo lo que tiene contenido en el mundo, algunos no estamos atascados en las limitaciones propias del lenguaje, lo que, acertadamente, he llamado gramática de idiota. Con ello se quiere decir que la negatividad del conocimiento no hace referencia a que sea malo, negativo como eco de maldad, sino que su avance se produce por una lógica en la que los términos avanzan unos sobre otros, esto es, históricamente; y su conciencia sólo es posible por una confrontación. Este fenómeno no sólo se da en el conocimiento, sino en objetos anteriores a él como la percepción, el concepto o el noúmeno. Es cierto que la dialéctica ha tenido mucho efecto en ideologías populares, pero la negatividad, independientemente del efecto ideológico que tiene de suyo, es usada en mis textos de manera intercambiable por determinación. No es de extrañar que unas nociones básicas de lógica aclaren este problema de entendimiento que no es oscuro sino para aquel que sólo tiene costumbre de comer papilla.

Hay cuestiones epistemológicas básicas, y su no entendimiento deriva fácilmente en total incomprensión.

No es nuevo que sigo líneas muy kantianas y popperianas. La falsación de Popper pretende hacer falsa una teoría por la ruptura de su fundamento, es decir, que la invalida; desfundamenta el principio inductivo y deshace el deductivo. He traído, sin embargo, un dilatador de manos de Lakatos que se hace muy importante a la hora de problematizar la finalidad de la teoría, es decir, a la hora de ampliar sus márgenes de determinación.

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