viernes, 18 de septiembre de 2009

Filosofía del tendido, y dualismo del que tiende

Mi mujer tiene un problema cuando hay que tender la ropa después de haber puesto la lavadora. Todo lo que sea labor doméstica de ese tipo es un tema sensible. Un día decidí que me encargaría yo de esa labor. Tender no es una labor divertida, pero puede ser instructiva.

Cuando uno tiende no lo puede hacer pensando en el tiempo subjetivo. Si saco de la lavadora, por poner un caso, 20 ó 30 prendas, no puedo pensar en cada prenda y el tostón que es su cuidadoso tendido. He de ponerme a tender sin pensar en el tostón. Si dejo la emoción expresarse conforme a la expectativa de cada prenda en la ontología de tender la ropa, que hace de una ropa todas la prendas a tender, la ropa, cada prenda, se indetermina en esa ontología. La emoción es padecida, se padece, y no es comprendida, no se comprende. La emoción hace de una todas las prendas al no ser reducible a concepto; no se reduce a concepto, como he explicado varias veces.

Mi mujer vive el tostón como irritación emocional. Su rostro alegre coge formas de infelicidad. Es un problema del tiempo comprendido. Mi mujer se angustia con la expectativa de tiempo, y ese es un problema que genera ansiedad. Yo, tiendo a la inversa; sé el tiempo que me lleva tender, y, teniendo en cuenta ese tiempo, sé a qué atenerme; tiendo sin que me ahogue el tostón; es un tostón, qué duda cabe, pero no me quita la alegría. Disfruto el tendido mientras escucho música o presto atención a los desajustes visuales que se producen en el movimiento de formas similares y colores distintos, o colores iguales y formas distintas. Hay, a este respecto, experimentos, como los de Kolers, que desdicen la continuidad de las percepciones al crear una inesperada asimetría en el orden del mundo. El orden del mundo es, en último término, sólo psicológico; su contradicción es no decir nada, decir en vacío. El supuesto orden de Spinoza ve cómo se desmorona.

El inocente ejemplo del conflicto emocional en una actividad diaria nos sirve para ver con qué cosas trata la gente. La gente no trata con las emociones de sus cerebros sino con los objetos que median esas emociones. El neurocientífico usa un concepto sin fenomenología, y por lo tanto, vacío; es un concepto con contenido científico, pero inmoral fuera de su ontología. La gente vive tendiendo la ropa, hablando por teléfono, esperando el autobús, dando clase a chicos desmoralizados, insultando y siendo insultada, o haciendo el amor a su pareja; la gente vive de muchas maneras que obvia la ciencia. La gente es, sociológicamente, de lo más normal, y no tiene ningún interés en las imágenes tomadas con aparatos de resonancia magnética. La gente tiene emociones del trato con los otros y las cosas que los simbolizan. Esa mente emocional es, sin duda, cerebral, pero su reducción a cerebro no dice con qué se relaciona esa mente o cerebro. El cerebro, en sí mismo, es poco más que primeridad, y no dice con qué se relaciona más que como una huella. Y las huellas en el cerebro, que se aprenda de una vez, no son a modo de copias, cual espejos que reflejan su objeto perfectamente. Eso es una expectativa que el cerebro construye, y no de una manera fiel, por cierto.

La idea de que el interaccionismo deja sin explicar cómo se produce el paso de lo mental a lo material es simple pereza filosófica. Se puede, perfectamente, dar cuenta de cómo se llegan a producir todos esos significados desde una filosofía que no crée distancias con conceptos irreales, propios del un delirio. Los conceptos científicos, como todas las representaciones, no existen en sí, sino en tanto algo con lo que crean distancia.

Está claro que no todos los conceptos son científicos. El concepto del tiempo, tal y como yo lo defiendo, es científico porque está fundamentado en su moralidad, y no en una ideología inmoral que presume de ser verdad a la vez que niega su ideología.

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