lunes, 2 de noviembre de 2009

Irresponsabilidad de la ética infantil

Hay dos visiones del problema ético muy diferenciadas. Una anida la ética en lo general de su margen dado, lo que se recrea entre emociones; y otra delibera entre los objetos que definen su posible ética. Una cuenta con un margen dado al que se adapta como bien y objeto de obediencia; y la otra crea un objeto ético en la conciencia que causa su mal.

La conducta humana, y sólo en cierto modo, está regida por un grado inferior, el órgano cerebral. El cerebro, aun siendo superior en el orden de la representación del organismo, es un órgano inferior porque es anterior a su efecto; está precipitado en un sentido que cree que ha concluido. Su acción, según esta ordenación, no comprende lo que crea, el efecto de su propia acción; es incapaz por sí mismo de gestionar la ampliación y la deliberación de una acción que no comprende. La importancia de la deliberación está en que comprende un margen de elección. El valor ético está en él, y no está en algo que no se cuestiona y, por lo tanto, sobre lo que no delibera.

Para la ética infantil lo ético está en lo general del sentido de la emoción. Ese margen es llamado ética infantil porque abstrae la ética en una acción del cerebro de la que se sirve para hacerse irresponsable. Su responsabilidad es suplantada por un estado cerebral; su responsabilidad consiste en doblegarse ante las emociones padecidas que fundan su ética; su responsabilidad es una actitud acrítica, esto es, irresponsable con su objeto moral.

La razón moral que se comprueba de la acción del cerebro no es una forma electiva sino precipitada, una adhesión sin más mérito que la falta de crítica de su acción. La razón moral del hombre no es sólo un mandato, un contrasentido de razón. Un mandato es, en principio, ajeno, una fuerza que no es de uno; y sólo es positivo a costa de su descubrimiento, cuando la acción de la razón lleva a superar lo que se le presenta como falta. Su aceptación por principio, como la fuerza irracional de la emoción por sí misma, es todo lo contrario a la elección, el sentido racional de la Ética de Spinoza tan lamentablemente malinterpretado. Éticamente, las emociones más significativas son las que están orientadas a la ampliación a la que conlleva el otro, la única razón estricta y fundamentalmente moral.

La ética no está sólo en la estética. Lo que interviene en la conducta no está regido sólo por ella. Hay un margen enorme en la acción de la conducta de los hombres que no se reduce a la inevitable condición psicológica que se deriva del juicio de la verdad de su supuesto. En el caso de las emociones se comprueba que su tiempo no es continuo, no es el mismo, sino que, conforme su efecto no esté presente, su acción se indetermina, no actúa, y debe ser suplantada por la acción de su concepto.

La ética infantil se hace una en su irresponsabilidad; se hace responsable de la pasión de uno, su afección, y de un mandato acrítico impuesto, la razón moral como objeto de trascendencia por sí mismo. Su ética es reducida a la acción de un cerebro, y a la aceptación de una moral artificial. Los aspectos intelectuales son precipitados en la acción estética del cerebro; no hay acciones intelectuales al estar precipitadas en su particular modo de inacción, su pasión. Esa ética es, como digo, mera estética; no es ética. Contrariamente, defiendo una ética de la responsabilidad. El mal y el bien no son cosa de uno; sus conceptos son sólo sentimientos de la incierta acción del cerebro; la acción responsable consiste, más que en aceptar un bien dado, en cuestionar la causa de su bien.

La ética de la neurociencia es un solipsismo, el encerramiento de uno con su cerebro, en el que se fundamenta su inmoralidad. Como reduce la ética al estado cerebral, no hay acción exterior que la urja. Pero he mostrado que las acciones que trascienden son externas a los sujetos que se frotan con sus cerebros. Los objetos de la ética son externos a los cerebros.

Para el concepto solidario no hay sujetos independientes de lo común de su significado. El conocimiento moral está en la responsabilidad de su conciencia, lo que se había precipitado como falta. Con su conciencia lo hacemos próximo en lo que anteriormente no era sino falta.

La distancia moral debe ser aceptada como una posible acción del impulso moral. Si se hace abstracción de la acción distante se niega e integra como mal; se precipita sin el conocimiento de su causa; se facilita su reproducción, y no se comprende su conflicto. La ética infantil presume su bien a la vez que niega su mal. Sólo entiende de bien cuanto le es dado, y se hace irresponsable de lo que no es su bien, su simismo.

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