martes, 25 de marzo de 2014

Idea de un tiempo abstracto, distancia temporal


Leyendo la idea de la historia redimible de Max Scheler me ha venido a la mente aquel Negatividad de la falsación y sus momentos de especulación histórica. Scheler señala una “historia humana que no está acabada y sólo lo estará al final del la historia del mundo” (*). La historia de NF era una historia negativa, una historia donde cabían muchas cosas; finalmente, sólo quedarían unas pocas. La verdad de “veo ésto y no lo otro” aumenta, finalmente, en el fundamento negativo de “ver”, el continuo que hay tras un algo que es visto. Que algo pueda ser visto es una hipótesis falsable; “se puede ver ésto o lo otro”.

La vivencia de Scheler es, sin duda, una defensa del humanismo, de la superioridad del espíritu sobre el cuerpo o del pensamiento sobre su objeto. Un humanista hablaría así: el hombre no se reduce a los pasos a los que lleva su historia, la historia del hombre es “inconmensurable”; el hombre es libre.

Si el hombre fuese libre, no habría historia, sólo habría posibilidades (**).

(*) En NF ya señalaba que para falsar la historia habría que agotarla; de no ser así, su falsación sería una especulación más, un tiempo abstracto sin auténtico contenido.

(**) Por más interés que tenga la posibilidad, no deja de ser una idea teórico-especulativa sin nada inmediato, una idea de una idea. Se amolda más a la falta en la que se asienta que al sitio donde, finalmente, está.

viernes, 21 de marzo de 2014

"Yo", ideas a medias que no logran asiento; y "yo a priori"


A veces pasa que uno tiene una idea en la cabeza, pero no es capaz de pensarla; la idea no llega asentarse.

El otro día, durante una conversación sobre la relación afectiva de los padres con los hijos, empecé a añadir detalles en la conversación de los que, poco a poco, me iba desentendiendo. Había pasado una tarde muy ajetreada, y estaba, francamente, agotado; era consciente de que no me hacía cargo de lo que estaba afirmando; por otro lado, mi hermana no dejaba de insistir en que contestase sus preguntas sobre la importancia de George Simmel. No era capaz de resolver la situación en la que estaba sumido.

El discurso de Simmel es, seguramente, el que mejor ha envejecido de los discursos sociológicos clásicos; pero sólo se debe decir lo que pueda ser defendido (*); en ese preciso momento, yo no era capaz de adaptar algunas de las ideas de Simmel a la problemática de máxima individualidad de muchas de las relaciones que se mantienen en la actualidad: la expectativa de que la relación personal ocupe el mismo espacio mental que el experimentado con anterioridad a su representación, este es, el que subyace en ella sin sobrepasar la forma que hay para ella.

Los sujetos están inmersos en una experiencia con excesivo peso en su “yo”; recae en el "yo" más peso del que puede soportar (**). Si hay gente que no piensa en su “yo”, piensa en lo que lo representa sustituyéndolo; “yo” ya no es necesario para la experiencia del “yo”; “yo” no es asunto de la psicología; “yo” está en otro nivel, se ha convertido en otro tipo de idea que reclama otro tipo de idea sí; urge un nuevo concepto del ”yo”.

(*) Estoy exagerando. La mayor parte de lo que se dice no pertenece al ámbito reflexivo. Me refiero a que hay algunos temas que uno debe conocer bien, haberlos estudiado y meditado sobre ellos; en cierto modo, debe hablar de ellos como si uno fuese quien los hubiese concebido.

(**) Este "yo" es una figura, un "yo abstracto" que sustituye al "yo psicológico" mediante una idea pensada para él; es, pues, un "yo distante" sin otra relación íntima consigo mismo que la esencia de la que el "yo" depende para ser sí mismo
y de la que su concepto se sirve como ventaja. 



El “yo abstracto” es un “yo mediado por una figura que representa su presencia”; se la pone en su lugar, ocupa su espacio.

“Yo abstracto” es “yo inteligible”, “yo pensable”, “yo disponible”, "yo pensado para poder pensar en él"; es un “yo garantizado”, previsible; ocupa el lugar que hay para él en su concepto; es "yo teórico".

Este “yo” no es genuino; es un “yo falso”, un “yo” sin correspondencia consigo mismo. Ahora bien, ¿la expectativa del “yo” ocupa el espacio del “yo”; o el espacio del “yo” es, con respecto a su expectativa, un proyecto por hacer, nunca del todo regulado?
 




jueves, 13 de marzo de 2014

Fluidez del impulso moral distante, la otra cara de la moral

“Aunque los hombres se jactan de sus propias acciones, éstas no son a menudo consecuencia de un propósito grandioso, sino consecuencia del azar” (François de La Rochefoucauld, Máximas [57])
Me pregunto si en el impulso moral distante había conciencia de las anormalidades de su sentido moral; si su parte creativa entraba en el espacio que había disponible para ella, o si, por el contrario, su espacio reclamaba más sitio, abrirse a más ámbitos. De haber una experiencia genuina, si el impulso moral se cansase de su moral, si crease una distancia con ella, la moral se quedaría sin nada, al desnudo; la expectativa moral no se correspondería con su experiencia, su sentido caería en un vacío, en una falta; la experiencia contradiría la idea inversa a la que estaría, más inmediatemente, dispuesta (*).

El impulso moral distante pretendía ser una idea con más ambición antropológica que sociológica, con más interés en lo esencial del hombre que en los episodios por los que el hombre pase.

Llegados a cierto punto, la sociología no tiene otro interés filosófico que la moral que haya en ella. En la sociología no hay interés por el contenido moral inmediato, sin lugar a lo abstracto, sin lugar a distancia (**). La sociología es, en el mejor de los casos, una idea inversa, una idea elaborada para su concepto, para que su objeto sea pensable y se acomode a su esquema interno, para que la conciencia común esté arreglada y pueda fluir.


Hablo de la misma fluidez que lo “líquido” de Bauman. Sin embargo, convendría advertir que la fluidez fenomenológica, que la densidad no se espese, sino que se diluya, no puede ser una idea formal, sino que ha de ser una idea sintética, una idea, por tanto, que esté pensada para ella y su especialidad. Así pues, la densidad afectiva del concepto solidario estaría experimentando más capas de las que, hasta ahora, había en ella.


(*) Una aproximación máxima terminaría siendo una predisposición, esto es, una disposición con más lugar para los aciertos que para los errores; su experiencia, por tanto, estaría basada en una ventaja.


(**) Este es un problema en sí mismo. La sociología debiera volcarse en el ámbito teórico-especulativo, a qué clase de problema pertenece lo social, y no en el ámbito histórico-empírico, cómo cambia el hombre bajo condiciones distintas (o cómo cambia la sociedad, que no es otra cosa que la comunidad en la que el hombre se asienta). El hombre es siempre el mismo por mucho que cambie; empero, la importancia del cambio no está tanto en su diversidad como en la repetición que subyace en ella. Si el cambio del hombre fuese sustancial, en lugar de hablar de modificaciones sustanciales habría que hablar de cambios genéricos; no se estaría hablando del hombre.


viernes, 7 de marzo de 2014

Ralentización e idea inversa, un capricho histórico sin medida


En la ralentización, cuando las capas de la experiencia se extienden entre un conjunto limitado de objetos, sobresale la densidad; hace pesar su historicidad, impone su estilo. Su diferencia específica, lo que la hace particular, no es tanto ella como historia, su singularidad, sino ella en relación con la densidad de la que depende; no es ella misma como su máximo sino como su mínimo, precisamente, en el que reside su desventaja. Densidad e historia van juntas, generalmente, la historia de la mano de la densidad.

La idea inversa es una forma en la que el peso de la historia es superior a la densidad; es un capricho histórico, un instante inesencial, sin concepto e irreflexivo, pura vanidad; es una fase, por así llamarla, "experimental", sin garantía en ella. La idea inversa sólo puede ser una hipótesis formal; su historia no está en ella, sino, precisamente, a cierta distancia. No puede ser ella misma, sino que ha de ser ella con deudas adquiridas y, por tanto, distantes consigo misma; es un error como si fuese un acierto.

Para que haya conciencia histórica el error ha de ser largamente repetido, el error ha de ser una constante puesta a la luz, una idea depurada de sus propias inclinaciones; ha de ser interiorizada.


jueves, 6 de marzo de 2014

El pisado

El lenguaje me resulta algo demasiado superficial a lo que, paradójicamente, nos sumamos, como si sumarse a algo no produjese nada más que una suma, un añadido neutro, por tanto, sin nada que surga consigo; a su altura, se experimenta una gran desventaja, se cae en su “tela de araña”, para decirlo con la imagen nietzscheana. El lenguaje no está a la altura de la conciencia, no es lo mismo que ella; el lenguaje está detrás de la conciencia sin otra determinación inmediata que su desventaja formal, su cara inversa; sin idea de sí, es una actividad pasiva, una pérdida de espacio. Su neutralidad es falsa, esto es, que su indiferencia no es indiferente, sino que sigue unas preferencias; muy al contrario, se abre paso y pisa el lugar que ocupa lo abstracto, sustituye su lugar (*). En el lenguaje se diluye lo que el pensamiento aporta, lo positivo del mismo; en su lugar, se pone un sustituto, se crea una distancia.

La idea del pensamiento es, primeramente, actividad interna, pensamiento de esto o de lo otro; todos creemos pensar algo que, sólo excepcionalmente, llega a ser consciente e ir a algún sitio. La experiencia de la conciencia tiene un patrón selectivo que la lógica, habitualmente, ha dejado de lado; falsea las cosas imprimiendo el sesgo de su comodidad (**). Urge, pues, cierta ralentización, cierta ventaja sobre la experiencia más inmediata que se precipita.

Últimamente, me está sucediendo que necesito densidad de términos, necesito recurrir a ellos para organizar una idea que, más tarde, es dejada de lado; me sirvo de un término para un uso especulativo que descubro en su falsedad, lo limito sin dejarlo correr más.

(*) La figura del pisado se refiere a la dialéctica y la indiferencia en la que se asienta, la lógica a la que se encadena como un fundamento que todo lo funda y en el que todo cae.

(**) Como Rochefoucauld ya dijera, “tenemos más pereza en la mente que en el cuerpo” (Máximas [487]); si no fuese así, si fuésemos primeramente apercibidos, no percibiríamos nada o percibiríamos siempre lo mismo.

miércoles, 5 de marzo de 2014

(*); las notas

Las notas me “asaltan”, nunca mejor dicho; surgen como una necesidad del texto mismo; el texto reclama auxilio de una ampliación, pide ayuda para ir más allá de sí. Un texto, tal cuál, es algo plano; las capas del texto corren a cargo de su interpretación, el intérprete acepta un conjunto de reglas en el que participa.

Escribir me resulta liberador y me limita; digo algo que no logro expresar del todo, siempre queda algo fuera; no está concluido. Cuando lo que se queda fuera es demasiado amplio, o si tiene algo de importancia, surge una nota; las notas no son algo planificado, sino que surgen de la actividad de escribir misma, las notas piden paso.

domingo, 2 de marzo de 2014

Ser tardío



He llegado al mismo sitio en el que estaba hace uno o dos años, cuando buscaba una filosofía de la ciencia especulativa. “De repente” (entiendase que es una figura), sucedió que me dije, “hay que llevar el límite de la ciencia más allá de sí mismo”; “llevar esto de aquí a ahí tiene que ser llevarlo más lejos, agotar su espacio y abrir un sitio nuevo ahí”; “llevar tiene que ser algo más que ser llevado”.  El término no puede ser sólo una “destinación”; no puede ser un término, el sitio al que ir, “el sitio”.

Ya no busco “indiscriminadamente”. El lenguaje es, sin duda, importante, pero no es el ser mismo sino de modo histórico, aparente y, radicalmente, falso, sin correspondencia genuina, sin ser consigo; mejor visto, es la experiencia de la distancia en la que el ser mismo es víctima de sí, de su propio vacío, que, por sí, no tiene existencia; su propia pasión puesta al revés; como diría ese filósofo ebrio de filosofía, su dialéctica activa, el recorrido de su actividad, no ir a ningún sitio distinto del sitio al que se va, o está, como si fuesen indiferentes.

La experiencia fenomenológica no es negativa sino de manera abstracta y pisando el sitio en el que está; ser es, profundamente, estar tarde, ser tardío.