jueves, 26 de junio de 2014

Intrigas históricas; seguir estando, reafirmarse con ventaja

Esta misma mañana, mientras releía algunas páginas del apéndice “Metafísica del amor sexual” a “El mundo como voluntad y representación”, de Arthur Schopenhauer, me he encontrado con la expresión “intrigas amorosas” (Vol II. Complementos al libro cuarto, capítulo, 44; pg. 517, 612).

Hace años me serví del término “intriga” para hablar de la experiencia moral, de un algo del que la moral se servía, una experiencia afectiva de baja tonalidad y, asimismo, de importancia decisiva (*).

La moral no puede ser una experiencia abstracta si no es mediante una “distancia con su fundamento”, el preciso lugar que ocupa lo abstracto y con lo que, por tanto, suplanta la experiencia afectiva. Ahora bien, llegado el momento en que la espera se cansa, o descansa y se deja de afirmar, si se sigue el camino que la ha producido, lo que lo abstracto representa sin intermedios (**), se produce una falta de correspondencia; el peso supuesto en el que descansa lo abstracto no pesa lo suficiente. El deseo íntimo que mueve su representación, “estar a la altura del peso supuesto”, ocupa el espacio que falta; viene a ello, es por lo que está ahí, justo, a ello. Todo representar es un error fruto de la repetición de la angustia, su densidad.

Lo abstracto sólo trae algo consigo cuando es fruto de una elaboración puesta en duda, determinada con arreglo a la falta que todo deseo busca satisfacer, un proceso lentísimo (***). El deseo, visto así, no es sólo una falta, una figura sin nada dentro. La angustia que mueve toda falta debe ahondar en sí, recorrer el camino que la produce, no para repetirlo de manera inversa, “al revés”, andar lo anteriormente andado, sino, precisamente, para llegar a la esencia de la que depende, cuando ir hacia atrás no es un ir formal, una repetición, sino una determinación genuina, un paso adelante.

(*) Esta baja tonalidad es una idea elaborada, no algo que apenas se note. Se basa en una falta, en algo que, por sí, no tiene la misma forma mediante la que es pensada; su forma, pues, es desigual, la representación no puede cargar con todo el peso de lo representado, no se puede representar sin cierta holgura en la que haya suficiente espacio como para abrazar su falta de determinación; es una idea que está por hacer, por tanto, a la espera. 

La desigualdad e indeterminación, este “ser lento”, en lugar de “ser tardío”, este “estar por hacer”, en lugar de“estar ya hecho”“estar cociéndose”, en lugar de “haberse cocido ya”, es una idea problemática en absoluto, sin solución para el ámbito donde se mueve. Su sensibilidad carece de sitio para sí, su concepto no llega hasta ella, se queda a medias, sin hacer. 

Esta idea problemática no tiene una respuesta enteramente satisfactoria, no llega a corresponderse, no va consigo, su experiencia, por tanto, no es a priori; no hay una garantía en ella. Su esencia, lo que inmediatamente aporta la idea de la intuición, sólo es dado mediante una idea distinta de la idea misma de la que depende; así pues, esta inmediación no es auténticamente positiva; sucede al contrario, su actividad mediada, la negatividad con la que hila su intriga, está oculta, actúa en la sombra, por debajo de la identidad de su forma. 

(**) Este intermedio tiene verdadera validez cuando su abstracción está en ventaja ante las contradicciones que su concepto resuelve, ¡su tiempo! (****).

(***) Esta lentitud es, claramente, una ironía del pensamiento; supone abstraer el pensamiento dejándolo al desnudo y encarándolo con sus vergüenzas; le quita todo su peso de encima y abstrae, positivamente, su experiencia.

Esta idea del pensamiento, su ámbito de máxima intimidad, lo que la fenomenología trata de poner aparte como si su ámbito categorial estuviese ubicado en cierta legalidad, una indecencia filosófica, es un camino que no sale de la abstracción en la que está asentado fundamentándola sin ir a sitio alguno; se repite vanamente.

La vivencia no es otra cosa que una fase de la experiencia a la que, todavía, no se ha puesto idea; está, pues, a la espera.

(****) La importancia de las experiencias sin experimentar, su profundización, el eterno retorno y toda verdadera superioridad.






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