lunes, 15 de septiembre de 2014

Actualidad y retardo

Hace unos días leí en un libro de Brentano en el que decía que Kant y la filosofía alemana habían sido víctimas del escepticismo. La idea era criticar que no se pudiese conocer la "cosa en sí", cuestionar que la cosa en sí fuese una idea inasible que sólo se pudiese alcanzar negativamente, por sucesivos pasos. Se cuestiona si la determinación está hecha de lo negativo, si toda determinación es negativa (*); o si, por el contrario, en la negatividad hay lugar para una afirmación de suyo, esto es, independientemente de lo negativo (**) .

A decir verdad, la lectura de Brentano es excitante. Es de los pocos filósofos que deja a uno con la boca abierta, o, dicho con más finura filosófica, que trae una idea de alguna novedad y frescura (***).



(*) Hace meses me serví de la idea de Spinoza acerca de la esencia negativa de toda determinación. Lo hice para cuestionar que la afirmación no tuviese deudas, si la afirmación no se reafirmaba sin servirse de nada distinto de sí; si, para pensar de otra manera, la afirmación se opone a la extensión del concepto a la espera, si la reafirmación no es sino su ocultamiento (****).

(**) Este movimiento ha de traer algo consigo, ser positivo y tener la capacidad de extenderse; es lo que su abstracción aporta, que ponga más de lo que se quita y, por tanto, aporte algo. 

Llegados a cierto punto, no se puede avanzar por contrastes, moviéndose de un lado al otro sin un ámbito del que el movimiento se sirva. La avanzabilidad no avanza dialécticamente; su avance, en el mejor de los casos, es una fase aparente destinada a pasar sin dejar nada consigo. Si los lados que hacen posible el avance están en igualdad de condiciones, si pesan lo mismo, el avance no sería otra cosa que una mediación que no mediaría nada; sería una actividad aparente, una síntesis superficial que no aportaría nada; el avance no puede quedarse a la sombra, detrás; su aproximación ha dar un paso hacia delante. La posibilidad es un paso especulativo, no pisa tierra firme, está, por tanto, a la espera; por el contrario, su actualidad, cuando no hay vuelta atrás, no es una aproximación regresiva a sí, el peso de lo que tiene detrás no pesa lo mismo que lo que tiene delante; dicho así, lo que está delante se viene encima. 

El sí mismo no es un “sí-mismo”, una estancia que no ocupa sito, un ámbito sin nada, una determinabilidad sin determinación. Lo abstracto tiende a distanciarse de su origen. La cosa en sí no es una cosa que esté en otra parte que en las posibilidades en juego; su posibilidad es el objeto de especulación, que, dicho con otros términos, su concepto comprenda toda posibilidad, el universal del que la posibilidad depende. 

La abstracción, por sí sola, descansa en una falta, en la expectativa de que su afirmación se reafirme; dicho de otra manera, que su posición se mantenga sin un ámbito del que brote el mantenimiento. La determinación no es un paso abstracto, contrapuesto a algo que es inmediatamente sustituido por nada.

(***) Brentano era un filósofo con un estilo modesto, parece no pisar demasiado fuerte. Se consideraba a sí mismo sólo un “historiador de la filosofía”. Sin embargo, la modestia de su estilo no es más que apariencia. La historia de la que hablaba no era la que se lee en los libros de filosofía. Brentano hace retroceder la mayor parte de los términos de los que trata hasta ponerlos al día, “actualizarlos”; amplía los términos en sus posibilidades, los extiende hacia sí, los densifica. No se deja llevar por fases históricas que confundan el sentido de la historia de la filosofía; el sentido de la historia de la filosofía está en que la filosofía permanezca actual, que siga estando, esté, pues, presente (*****).


(****) El ocultamiento sale a la luz, se pone de manifiesto, mediante una figura, mediante un proceso que ponga las cosas a la altura debida: la forma inmediatamente inversa, pensar las cosas tal y como son pensadas.

(*****) Que la historia está compuesta de fases es tautológico, no dice nada nuevo: las fases son los pasos que la historia da. Lo importante está en dar con el detalle, qué hace que la historia sea especial y, llegado el momento, se decline hacia un lado. 
El sentido de la historia es una pregunta a la que no se puede ir directamente, su determinación no va a un paso que esté a la altura del esquema mediante el que la historia es experimentada y, por tanto, pensada; muy al contrario, pensar la historia exige cierto retardo, cierta distancia temporal.

La historia de la filosofía, sin embargo, no es la historia de su éxito y el grado de aceptación de sus ideas. Las ideas filosóficas, por el proceso de elaboración del que dependen, van por delante del tiempo en el que se da su éxito.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Ser mismo y regresión evidente

Si la verdad va acompañada de algo “evidenciante” (*), de un impulso de la intuición a verse satisfecha, a encontrar aprobación inmediata, esto es, sin necesidad de cuestionarse más.

(*) "Evidenciante" significa que es evidente, se hace evidente. La "evencialidad", para reírme de mí mismo, o, dicho con mayor humildad filosófica, lo que otorga evidencia, sería un ámbito con poderes misteriosos, un impulso que, sin artificio, no se corresponde consigo mismo. Se recorre un camino con más espacio por recorrer del recorrido; algunos espacios se quedan sin andar, su paso va a cuestas.

Un juicio verdadero no es lo opuesto a un juicio falso, el ámbito de lo verdadero está implícito en toda existencia; la verdad, que es más amplia que lo verdadero, debiera ser absoluta, se afirma de golpe, va consigo (**).

La “evidencia intuitiva” es un predicado simple de verdad inmediata en el que la verdad, por tanto, se muestra por sí sola. Hace tiempo mostré mis sospechas hacia semejante expresión.

La preferencia del ámbito contemplativo, ver las cosas por sus ideas, por el ser mismo del que dependen, no puede dejarse caer en trucos del lenguaje acomodando el pensamiento de tal forma que lo inhiban y lo suplanten.


(**) Prefiero dejar la afirmación para el ámbito inmediato, y la reafirmación para el mediato; uno está hecho, sigue una regla, el otro está por hacer.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Falta que mueve la representación

Habitualmente, me sirvo de las notas para dejar un espacio abierto, para señalar por dónde se podrían ampliar ciertas cuestiones. En cierto modo, el mayor interés que mis textos pudieran tener se limita a las notas.

Hace unos días añadí una nota en la que decía que “la representación no puede cargar con todo el peso de lo representado”. Esta falta de proporción, que la representación sea más amplia que lo representado, reside en una desigualdad activa, lo desigual está en ventaja, lo igual queda atrás; lo que está pasando ocupa más espacio del que parece estar ocupando, se abre paso por encima de lo que tiene delante; dicho de otra forma, viene pisando. 

Lo que tenía en mente era cuestionar lo abstracto desde uno de los ámbitos en los que está en desventaja, el de la experiencia moral. La experiencia moral difiere del resto de experiencias en su peso específico; su peso no es abstracto, no pesa lo suficiente, no pesa lo que representa (*).

Cuando hablo de lo abstracto me pregunto si lo abstracto es, simplemente, un sustituto; me pregunto si la actividad mediante la que se produce, el antecedente más inmediato al que se remite, está a la altura de lo que se espera sin dejar nada de lado; si su experiencia está a la altura de la expectativa (**).

(*) Critico lo abstracto en tanto permanezca fijo, en tanto sea formal, en tanto esté más orientado a cumplir su expectativa que a adelantarse a la urgencia que mueve la expectativa.

(**) La cuestión podría ser vista de esta manera: si la actualidad es igual que la actividad, o si sólo son iguales en el aprovechamiento de una posibilidad, en un ámbito lingüístico a la espera de ser, lo más rápido posible, satisfecho. 

Se entenderá que rechace todo pensamiento alineado al lenguaje por ser esencialmente representativo y estar más orientado hacia atrás que hacia delante, por ser más regresivo que generativo.´

El hombre, en general, carece de sensibilidad para lo que se haya más lejos de lo que está agrupado mediante la forma a la que está más inmediatamente dispuesto; esto es, no ve más que lo que tiene delante de las narices (***).

La esencia de la sensibilidad no está en la relación formal de la que depende; por ese camino, recorriendo el proceso que la ha producido, no irá mucho más lejos del sitio del ha partido (****).

El problema de todo pensamiento formal está en que en la falta de actividad de su esquematismo, para decirlo de manera kantiana; surge así la necesidad de una materia que dé contenido al esquematismo. Así pues, el instante material cae en cierto círculo vicioso, el mismo en el que caía la forma con su esquematismo.

El movimiento habitual en este ámbito de dependencia, mirar hacia un sitio determinado, "mirar hacia donde mira la conciencia", finalmente, no se mueve de otra manera que la que viene condionada por el sitio en el que está. 

La afirmación de todo empeño metafísico, que hay cierta permanencia en el ser, es una afirmación negativa, avanza borrando sus huellas. Ni avanza ni avanzará jamás, pone algo donde lo quita, cambia un sitio por otro para dejar todo igual.

De no haber posibilidad de abstraer, de no poder sustituir unas cosas por otras, no habría lugar a la conciencia (*****). Sin embargo, lo que trae consigo la abstracción, su posibilidad, no es la capacidad sustitutoria, un engañabobos, sino la extensión que pone en bandeja, el ámbito al que no llega y el sitio en el que está a la espera. 

(***) Esta arrogancia no es una cuestión de estilo, no es un matiz del autor del texto. Me refiero al problema de la relación entre la experiencia, sus antecedentes y, entretanto, la actividad de la conciencia (el cogito).

(****) Me sirvo de la idea de la falta de movimiento genuino del “ir” porque no contiene ninguna idea, su extensión no recorre más que un ámbito formal, el "sitio recorrido"; sucede al revés, su recorrido es un vacío de idea, un asentamiento en un sitio por el que, cabalmente, se cuela como si no se hubiese colado por sitio alguno (******). 

(*****) Esta reflexión sobre la conciencia pretende abir espacio. No se trata de un cogito cartesiano hinchado de vanidad, una razón ilegal y, finalmente, sinrazón; tampoco es una conciencia fenomenológica que haga una totalidad de sustantivizar las partes y recomponerlas, ponerlas a la altura, el endiosamiento de un error de cálculo; acaso, esté más cerca de una conciencia viviente, esto sería, auténticamente activa (******).

(******) A pesar de defender la necesidad de un cuestionamiento de las primeras determinaciones del pensamiento, estas son, las categorías y las abstracciones que van con ellas, considero más necesario aún la reflexión sobre el ámbito de dependencia y las formas a las que la esencia se adapta y en las que pierde su poder.

(******) Aunque no me sumo a muchas de las reglas de Husserl, admito cierto interés radical en el ámbito viviente del que toda conciencia depende: que su experiencia no llega de la nada, caída del cielo. Ahora bien, esto no me alínea a la reflexión "vivencial" y la supuesta ventaja de estar en "primer plano". De ser así, de haber un primer plano, el problema de la conciencia se anularía a sí mismo a cada instante; caería en su propia red, en una trama categorial sin suficiente espacio para abrazar su extensión.