En mi casa, hemos hecho una obra,
y tenemos que reestructurar la disposición del espacio. A mi mujer le gusta
cómo quedan unas estanterías. A mí, las estanterías me estorban;
independientemente del gusto, me asalta una irritación teorética (*).
Le he dado a mi mujer una explicación “enrevesada”, tengo un "as bajo la manga",
una idea extra-intuitiva, que llega más lejos del sitio al que llega la
intuición. La espacialidad, por sí sola, carece de conciencia genuina de sí
(**). El espacio positivo no es sólo el sito que algo ocupa, lo que la
estantería niega a otras cosas que podrían ser puestas en su lugar, sino las
posibilidades que entran a concurso; es decir, no se trata de todas las
posibilidades, sino de la forma que adquieren unas pocas, una selección dada.
Dicho más sencillamente, el espacio que la estantería ocupa no es el que se
mide con una regla, sino el espacio disponible en su ocupación; la regla no
mide nada más de lo que mide la regla, nada que no sea el espacio para el que
la regla mantiene su valor.
Hay, sin embargo, más espacios que los que mide la regla; dicho así, la
centralidad del espacio no se mueve en círculos concéntricos, sino, mejor
visto, excéntricos, con un centro más amplio que sí, más amplio que un mismo
centro.
El espacio que cae fuera de la regla es inmediatamente ocupado por espacios
abstractos que siguen la expectativa de una regla sin nada auténtico que medir,
sin ningún punto independiente del espacio que dé cabida a un espacio
extendido; muy al contrario, a cada paso que da, sigue la misma regla que
mantiene el espacio encerrado sin llegar a sospechar la repetición en la que se
haya envuelto. Así pues, este espacio abstracto, este espacio que no hace otra
cosa que recorrer el sitio a la expectativa de ser recorrido, un espacio
aparente sin nada debajo, no aporta nada a la espacialidad. Es decir, la
expectativa del espacio no está a la espera de ser el sitio ocupado, en
abstracto, sino que ser ocupado es, en sí mismo, un modo de ocupación, una capa
que hay debajo del estar.
(*) Este juego de términos sólo pretende centrar la reflexión en torno a la
dependencia sensible de toda teoría, la dialéctica que tiene encima. Su
idealidad, para verlo desde el lado en el que, supuestamente, descansa su
reafirmación (***), la garantía de que sensibilidad y teoría converjan en algún
punto, no es sino una forma inmediatamente inversa; su esencia no se
corresponde totalmente consigo misma, sino que, muy al contrario, crea una
distancia consigo.
(**) Lo positivo de la conciencia está en lo que la conciencia aporta, lo que
trae consigo. La conciencia es absolutamente insensible a la falta de contenido
(****). Ahora bien, no se trata de lo que la conciencia experimente
inmediatamente, como el camino que surge al caminar (*****); lo que aporta la
conciencia es el contenido que, aun en su ausencia, sigue presente con ella,
es, pues, sustancial.
(***) Esta reafirmación sería la ventaja, una idea elaborada para anticiparse a
su experiencia más inmediata.
(****) La reafirmación de la falta, que, a cada paso que da, anda detrás de la
conciencia, no debiera resultar extraña; es "a
priori", está en las reglas del juego. Lo que sería extraño es que la
conciencia se anticipase a sí misma con una garantía que no fuese la de su
incertidumbre, esto es, que la anticipación fuese la misma que lo que trae
consigo (******).
(*****) De ser así, si la conciencia las tuviese todas consigo, si fuese
esencialmente insensible al resto, no habría conciencia. Caminar el camino es un
sentido realizado, un paso extendido hasta que no llega a más.
(******) No considero un mérito mostrar que la conciencia se mueva dando
vueltas, circularmente. Si la solución de la conciencia se deja en que ponga
una solución, no se avanzará de otra manera que sin ningún avance genuino; el
avance no habrá avanzado nada.
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