viernes, 3 de octubre de 2014

Espacios extendidos

En mi casa, hemos hecho una obra, y tenemos que reestructurar la disposición del espacio. A mi mujer le gusta cómo quedan unas estanterías. A mí, las estanterías me estorban; independientemente del gusto, me asalta una irritación teorética (*).


Le he dado a mi mujer una explicación “enrevesada”, tengo un "as bajo la manga", una idea extra-intuitiva, que llega más lejos del sitio al que llega la intuición. La espacialidad, por sí sola, carece de conciencia genuina de sí (**). El espacio positivo no es sólo el sito que algo ocupa, lo que la estantería niega a otras cosas que podrían ser puestas en su lugar, sino las posibilidades que entran a concurso; es decir, no se trata de todas las posibilidades, sino de la forma que adquieren unas pocas, una selección dada. 


Dicho más sencillamente, el espacio que la estantería ocupa no es el que se mide con una regla, sino el espacio disponible en su ocupación; la regla no mide nada más de lo que mide la regla, nada que no sea el espacio para el que la regla mantiene su valor. 


Hay, sin embargo, más espacios que los que mide la regla; dicho así, la centralidad del espacio no se mueve en círculos concéntricos, sino, mejor visto, excéntricos, con un centro más amplio que sí, más amplio que un mismo centro. 


El espacio que cae fuera de la regla es inmediatamente ocupado por espacios abstractos que siguen la expectativa de una regla sin nada auténtico que medir, sin ningún punto independiente del espacio que dé cabida a un espacio extendido; muy al contrario, a cada paso que da, sigue la misma regla que mantiene el espacio encerrado sin llegar a sospechar la repetición en la que se haya envuelto. Así pues, este espacio abstracto, este espacio que no hace otra cosa que recorrer el sitio a la expectativa de ser recorrido, un espacio aparente sin nada debajo, no aporta nada a la espacialidad. Es decir, la expectativa del espacio no está a la espera de ser el sitio ocupado, en abstracto, sino que ser ocupado es, en sí mismo, un modo de ocupación, una capa que hay debajo del estar.


(*) Este juego de términos sólo pretende centrar la reflexión en torno a la dependencia sensible de toda teoría, la dialéctica que tiene encima. Su idealidad, para verlo desde el lado en el que, supuestamente, descansa su reafirmación (***), la garantía de que sensibilidad y teoría converjan en algún punto, no es sino una forma inmediatamente inversa; su esencia no se corresponde totalmente consigo misma, sino que, muy al contrario, crea una distancia consigo.


(**) Lo positivo de la conciencia está en lo que la conciencia aporta, lo que trae consigo. La conciencia es absolutamente insensible a la falta de contenido (****). Ahora bien, no se trata de lo que la conciencia experimente inmediatamente, como el camino que surge al caminar (*****); lo que aporta la conciencia es el contenido que, aun en su ausencia, sigue presente con ella, es, pues, sustancial.


(***) Esta reafirmación sería la ventaja, una idea elaborada para anticiparse a su experiencia más inmediata.


(****) La reafirmación de la falta, que, a cada paso que da, anda detrás de la conciencia, no debiera resultar extraña; es "a priori", está en las reglas del juego. Lo que sería extraño es que la conciencia se anticipase a sí misma con una garantía que no fuese la de su incertidumbre, esto es, que la anticipación fuese la misma que lo que trae consigo (******). 


(*****) De ser así, si la conciencia las tuviese todas consigo, si fuese esencialmente insensible al resto, no habría conciencia. Caminar el camino es un sentido realizado, un paso extendido hasta que no llega a más. 


(******) No considero un mérito mostrar que la conciencia se mueva dando vueltas, circularmente. Si la solución de la conciencia se deja en que ponga una solución, no se avanzará de otra manera que sin ningún avance genuino; el avance no habrá avanzado nada. 

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